Diario LA NACION 25 de enero de 2017

Inomata, el paisajista sin discípulos del Jardín Japonés

Radicado en el país, en 1966, diseñó varios espacios emblemáticos; es un experto en trasplantar grandes árboles

Javier Drovetto

PARA LA NACION MIÉRCOLES 25 DE ENERO DE 2017
Inomata

Inomata. Foto: LA NACION / Victoria Gesualdi/ AFV

“Bonsái es árbol en chiquito. Jardín japonés es paisaje miniatura.” Así de simple grafica qué retratan sus creaciones. Inomata encuentra definiciones breves en su diccionario despojado de artículos y conectores. De cuerpo pequeño, apenas 1,60 de estatura, tiene el vigor de un hombre que sigue en actividad. Desde su casa en Escobar continúa al frente de un estudio de paisajismo que abrió en 1970. Nunca llevó registro de los jardines que hizo. Sólo fotos; guarda imágenes de por lo menos una veintena de jardines. Conserva retratos de cascadas, caminos de piedra, puentes curvos o en zigzag sobre lagunas pintadas con plantas acuáticas y carpas de colores. También atesora planos y bosquejos, hechos a mano alzada o a escala. Por lo menos cinco de esos planos son del rediseño y ampliación que hizo del jardín de Palermo, cuando después de la inauguración de 1967, hace 50 años, el lugar que había sido concebido como un parque abierto quedó abandonado y fue arrasado.

“Saqué todo. Rompí. Era una porquería”, dice y despliega una carpeta con notas en diarios y revistas. Una de La Prensa, del 5 de julio de 1978, da cuenta de los trabajos sobre 10.000 metros cuadrados: la restauración de la isla y la construcción de cascadas, una nueva entrada, puentes, una glorieta, faroles de piedra y monumentos tallados a mano. La obra demandó un año. Mil toneladas de piedras fueron traídas de Córdoba para recrear distintos paisajes, y otras rocas talladas con líneas rectas por presos de Sierra Chica se usaron para conformar caminos sobre el lago. El de Escobar fue el primer jardín que hizo. Tiene 5000 metros cuadrados, 430 árboles de 80 especies, un espejo de agua de 1000 metros cuadrados y 60 toneladas de piedras. Las carpas koi -rojas, blancas y manchadas- fueron traídas por un diputado japonés que a fines de los 60 visitó la Argentina.

De hecho, Inomata sacó de Escobar los peces que se ven en Palermo. Cuenta que los jardines están diseñados para que las personas encuentren paisajes en miniatura a medida que avanzan por un camino. Por eso las leves montañas, puentes que atraviesan un lago, cascadas, jardines planos y floridos, y brevísimos bosques de pinos, sauces, palos borrachos, entre casi un centenar de especies. “Difícil los árboles. En jardín japonés no se ponen chicos. Tienen que tener 40 o 50 años. Chicos son feos, bajos, pocas ramas”, expone en un español confuso. Ese aspecto convirtió a Inomata en un experto en trasplantar árboles de hasta 60 toneladas y 20 metros de altura. Lo experimentó en los jardines japoneses y, en 2013, cuando se amplió la General Paz y le encargaron el trasplante de 1000 árboles, un trabajo que hizo con una tasa de supervivencia del 95 por ciento.

Los jardines japonés que diseñó en Escobar y Palermo fueron donados por la colectividad japonesa a la Municipalidad de Escobar y al gobierno porteño, y se pueden visitar pagando una entrada de $ 12 y $ 95, respectivamente. Pero muchas de sus creaciones son privadas. Recuerda especialmente dos. Una, más pequeña, que hizo en la casa que el actor norteamericano Tommy Lee Jones tiene en Lobos. Y otra, más grande, con lago y cascada, que hizo en una estancia de la tradicional familia Zavalía de 25 de Mayo. “Tiene una hectárea”, afirma.

La primera vez que Inomata sintió cerca a la Argentina fue a mediados del siglo pasado, cuando su papá, que era metalúrgico, cargó rieles en un barco que iba a partir del puerto de Kamaishi, rumbo a Buenos Aires. Inomata recién salía de la adolescencia y evadía toda posibilidad de sumarse a la industria del acero que empleaba a la mayoría de los jóvenes de su ciudad al estudiar ingeniería agrónoma en Tokio. Cuando un paisano que vivía en Escobar, Suejiro Hisaki, le ofreció trabajar en su vivero de rosas, se subió a un barco en busca de “aventura”, un viaje que ahora festeja y en el que sólo encuentra una pena: “En la Argentina no tengo discípulo”.

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